sábado, 7 de mayo de 2011

Desempleados con corazón solidario

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Desempleados con corazón solidario
08.05.11 - 01:46 -
 
Un tercio de la población activa de la provincia está en el paro. A pesar de que en el mes de abril el Servicio Andaluz de Empleo (SAE) registró datos esperanzadores con una caída del desempleo de 6.000 personas, 185.000 malagueños no encuentran trabajo actualmente. A nivel nacional, según la EPA, el paro de larga duración roza ya el 46% y el número de familias con todos sus miembros inactivos asciende a 1,38 millones.
La crisis ha dibujado una nueva realidad social en la que familias de clase media que hasta ahora tenían una vida acomodada se encuentran repentinamente sin recursos económicos para afrontar los gastos más básicos. Según los datos de los servicios sociales del Ayuntamiento de la capital, 15.000 hogares que nunca antes habían necesitado ayuda han tenido que pedir apoyo para poder comer.
Aunque el panorama es desalentador, el aumento del paro y de las dificultades familiares también han despertado el lado más solidario de los malagueños. Así lo confirman las asociaciones que trabajan en la provincia, que hablan de que el voluntariado se está implicando más. Cáritas, por ejemplo, ha registrado un incremento del 24% en donaciones y ahora cuenta con muchas más personas que participan en su red sin pedir nada a cambio.
Dentro del desinteresado trabajo de los voluntarios, la crisis también ha creado un nuevo tipo de solidaridad: La de los propios desempleados que prefieren colaborar con una ONG de forma gratuita antes que quedarse en casa de brazos cruzados a la espera de una oferta de empleo que nunca parece llegar. Su mérito es doble porque, a pesar de sus propias dificultades, optan por hacer frente a los problemas ayudando a los demás. Todos ellos explican que reciben mucho más que lo que dan y que gracias al asociacionismo vuelven a sentirse útiles en un mercado laboral que parece haberse olvidado de las personas. Cuatro malagueños que se han quedado en paro cuentan a SUR cómo la crisis les ha hecho descubrir el mundo del voluntariado.
Inmaculada Muñoz es maquilladora profesional especializada en el mundo de la televisión y el teatro. Después de trabajar durante un periodo como dependienta en una tienda de ropa de bebés, actualmente no encuentra un trabajo estable. Sin embargo, esta situación le ha hecho cumplir un sueño: el de trabajar con niños pequeños. Siempre quiso estudiar Puericultura. Ahora, colabora con el proyecto Altamar realizando labores de educación con familias en riesgo de exclusión social del barrio de la Trinidad.
«A pesar de las dificultades económicas, soy feliz cada tarde que acudo al programa y veo a los niños esperándonos a la puerta del local en el que les damos apoyo escolar», explica Inmaculada, que acude cada lunes y miércoles por la tarde a la Trinidad desde Torremolinos. Ellos, señala, le han enseñado a valorar lo que tiene porque desde que colabora con Altamar hace diez meses ha conocido a familias que están mucho peor. «Los niños te dan la vida, te enseñan mucho sobre ti misma y siento que les estamos ayudando a cambiar su mundo», dice.
Victoria Marín, coordinadora del programa, señala que el voluntariado fortalece la autoestima, incrementa la capacidad de observación, supone una reafirmación de valores... «Siempre decimos a nuestros voluntarios que venir aquí es mejor que hacer una hora de terapia porque te olvidas de ti para ofrecer lo mejor de tu persona a los demás».
Susana Melgado tiene un currículum plagado de experiencia y títulos. Es licenciada en Económicas y durante trece años ha sido responsable de la actividad financiera de una constructora. Pero hace dos, su empresa entró en concurso de acreedores y se quedó de repente en la calle con más de 30 años y con todas las puertas cerradas.
De carácter decidido y optimista, decidió completar su formación. Necesitaba ocupar su tiempo. Tras más de una década trabajando mañana y tarde y saliendo cada día a las nueve de la noche del trabajo, le resultaba muy difícil quedarse en casa mano sobre mano.
Siempre le atrajo el voluntariado, aunque solo podía dedicarle las vacaciones cuando trabajaba. Colaboró con la asociación Avoi en el Materno Infantil. Pero cuando se quedó en el desempleo, decidió implicarse más.
En junio de 2010, entró en Bancosol. «Llegué y les dije que podía ayudarles con el tema administrativo», explica. Y en Bancosol le acogieron con los brazos abiertos. En la ONG malagueña ha aportado su granito de arena realizando gestiones bancarias, registros de facturas o en el departamento de proyectos.
«Creo que en el mundo en el que vivimos tenemos que ser más sensibles; yo no tengo trabajo, pero pienso en los otros, gente con problemas muy graves, y me doy cuenta de que tengo muchas cosas que agradecer», dice. También cree que es una forma de aprovechar su tiempo y que puede ser una forma de conocer gente y encontrar una oportunidad de empleo.
De hecho, tras unos meses en Bancosol, consiguió un contrato a través del SAE en la misma asociación. «Solo fueron seis meses, pero lo conseguí porque Bancosol ya sabía cómo trabajaba», dice. Aunque la subvención se acabó, ella sigue acudiendo a ayudar de lunes a viernes a jornada completa. Así, dice, siente que mejora la sociedad.
Paco López también es un damnificado del sector del ladrillo. Era oficial de primera, pero no encuentra trabajo desde que en 2007 empezó a caer la construcción. Y a sus 53 años sabe que es difícil reincorporarse al mercado laboral. Hace seis meses que está en Bancosol. Ayuda a las labores de almacenaje en la nave que la ONG tiene en Mercamálaga para recoger alimentos. «Antes no conocía el voluntariado y se me ha abierto un mundo nuevo», dice.
Siempre le gustó aportar con donaciones y ahora lo hace con lo único que le sobra: el tiempo. Aunque es consciente que su caso no es muy distinto del de las familias que acuden a solicitar ayuda. Le embargaron la casa, cobra una paga de 416 euros con la que viven él y su mujer, que es pensionista. «Nosotros podríamos ser beneficiarios de la ayuda que damos; esto me hace entender mejor a esta gente», dice.
Asegura que la ONG le hace sentirse útil de nuevo y le evita darle vueltas a la cabeza para caer en una depresión. «Me distraigo, hablo, conozco gente, estoy activo...», dice. Acude a Mercamálaga por las mañanas y va a entregar currículos por la tarde sin perder la esperanza de que su oportunidad esté detrás de cualquier esquina. «Quizá alguien lea esto y necesite a una persona que sepa hacer albañilería, electricidad, fontanería, carpintería... lo que sea; nunca se sabe dónde puede haber alguien que pueda ayudarte», dice.
Juan Tovar tenía hasta hace tres años y medio su propia empresa. Se dedicaba a la instalación de carpintería de aluminio, pero la crisis y el aumento del alquiler del local donde tenía el negocio le hicieron echar la persiana. Con 55 años, Juan se vino abajo. Los ahorros los gastó en pagar el finiquito a sus dos empleados. «Haciendo una entrevista se rieron de mí, me dijeron que era un iluso si creía que encontraría trabajo a mi edad cuando hay tantos jóvenes parados», dice. Entró en una depresión.
Su mejor terapia fue cuando un vecino le habló de la asociación OSAH. Empezó a trabajar allí reciclando aceite para hacer jabón, recogiendo ropa usada, «o lo que se tercie». Lleva dos meses allí y asegura que ha encontrado su vocación. Antonio Paneque, presidente de OSAH cree que es hora de que los empresarios empiecen a valorar otras cosas en el currículum. «Que una persona en el paro a la edad de Juan se levante, luche y decida ayudar a los demás dice mucho de su actitud y de lo que puede aportar como trabajador», explica. Un corazón solidario surgido cuando todo parecía ir en contra.