martes, 21 de junio de 2011

Tres historias distintas y con una segunda parte de superación


Hogar Pozo Dulce

Tres historias distintas y con una segunda parte de superación

Las adicciones y la ruptura con la familia son algunos de los motivos por los que muchas personas viven en la calle


Las adicciones al alcohol y las drogas han dejado a muchos de los miembros de este centro con enfermedades irreversibles
Las adicciones al alcohol y las drogas han dejado a muchos de los miembros de este centro con enfermedades irreversibles Gregorio Torres
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COVADONGA LÓPEZ Estar en el sistema es sencillo, quedarse fuera de juego es complicado. Esto es lo que les ocurre a las decenas de sin techo que cada día vagan cada día por las calles de Málaga. Ajenos a la mirada indiferente de la gente, detrás de cada uno de ellos se esconde una historia de soledad y desamparo que sólo en algunas ocasiones termina con final feliz. Éste es el caso de Rubén, Francisco, José y el resto de los treinta compañeros que acoge Cáritas en el Hogar Pozo Dulce. Como dicen ellos, «la calle engancha» pero estas tres historias de superación a la depresión, al alcohol y a la soledad demuestran que en la indigencia también hay lugar para la esperanza.






Rubén
Uruguay

Expolicía Nacional
56 años

  • Lleva en el centro 6 meses
  • Tocó fondo tras su prejubilación


Rubén tenía en Uruguay una esposa, dos hijos y una exitosa carrera como miembro del cuerpo de Policía Nacional, donde llegó a ejercer como escolta del ministro del Interior de su país. Nunca probó el alcohol, ni las drogas pero un día le sorprendió un ictus cerebral que dejó marcado su cuerpo para siempre. Al derrame le siguió un infarto de corazón que sentenció para siempre su carrera de funcionario. Automáticamente fue prejubilado, perdió a su familia y se sintió «un inútil». «Mi carrera lo era todo, yo siempre quise ser policía y cuando me despojaron de mi placa, sentí que me quitaban lo único por lo que había luchado», recuerda emocionado.

Para cambiar de aires, Rubén decidió trasladarse a Fuengirola, donde residía su madre desde hacía años. Su salud mental estaba ya perjudicada y todo se complicó tras el fallecimiento de ésta. Entonces cayó en una profunda depresión que le llevó a la calle y a la más absoluta soledad. Perdió las ganas de vivir y su estado físico se debilitó aun más.

Un día conoció la labor que realizaban las monjas del Hogar Pozo Dulce a través de uno de los voluntarios que se dedican a las «labores de calle» de Cáritas y ahora, tras seis meses, dice que ésta es su verdadera casa y los cuarenta miembros que componen el hogar, su familia.

En el centro ha recuperado las ganas de vivir y de seguir luchando por sus hijos que, aunque se encuentran a miles de kilómetros de Málaga, mantienen el contacto periódico con su padre a través de la webcam. También ha recuperado las inquietudes que tenía antes por escribir y aprender. Está escribiendo un libro sobre su experiencia y admite que lo único que le falta ahora mismo es encontrar una mujer que le quiera.





Francisco
Málaga

Exalcohólico
50 años

  • 9 años en el Hogar Pozo Dulce
  • Adicto desde los 17 años


Francisco tenía 17 años cuando empezó a beber. La adicción le llegó tras conocer a una chica de su edad que consumía alcohol normalmente. Empezaron a salir juntos y una cosa llevó a la otra. Cuando se quiso dar cuenta, estaba sumido en un pozo del que no sabía escapar. Sus padres murieron y no supo hacer frente a las nuevas responsabilidades que le presentó la vida. Gastó todo el dinero que le quedaba y una orden de desahucio les dejó a él y a su hermana en la calle. La relación entre ambos se distanció y este malagueño terminó por sumarse a un grupo de indigentes.

«Aquellos fueron los peores años de mi vida» recuerda, «no comía nada, sólo bebía y mendigaba por las calles». Además de esto, intentó suicidarse en una ocasión, aunque finalmente pensó que seguía teniendo «motivos por los que vivir».

Por aquel entonces, un compañero les dejó un coche para dormir y fue en una de esas noches, cuando Sor Concepción –directora del hogar– tocó en la puerta del automóvil para conocerle. Tardó dos años en decidirse y aún así, los primeros meses en el Hogar Pozo Dulce los pasó «entrando y saliendo». «Seguía viendo a los amigos y no me tomé en serio lo que estaban haciendo por mí en Cáritas». Así pasó una temporada, hasta que los voluntarios le propusieron empezar la terapia de desintoxicación. Ya han pasado nueve años desde su rehabilitación y Francisco siente que forma parte de la gran familia del hogar. Por eso y para ayudar a otras personas que se encuentran en la misma situación, este malagueño ejerce como «voluntario de calle» en el centro. Gracias a él y al resto de los compañeros que se dedican a esta labor, otros indigentes han conseguido salir de la calle y abandonar las adicciones.

Ahora dice que se mira al espejo y reconoce quién es: «Antes no era nadie, no era ni un hombre». Francisco recuperó las riendas de su vida tras su llegada al centro y también a su hermana, que contactó con él tras ver su foto en una revista de Cáritas. Ahora tiene un hogar donde le aprecian y valoran y «una sobrina preciosa».





José
Málaga


Rehabilitado
65 años
  • Media década en el hogar
  • Recuperó a su familia tras el ingreso



José es conocido por todos como Berlanga. Ahora colabora en las tareas de limpieza del Hogar Pozo Dulce y trabaja en un taller a media jornada. En sus ratos libres, que son pocos, mejora su caligrafía, aprende informática y asiste a clases de teatro.

Sin embargo, su vida no era así hace diez años. Sus problemas comenzaron siendo joven, las malas compañías y el alcohol empujaron a este hombre al abismo. Tocó fondo una noche, después de una borrachera en el bar al que acudía a diario. Sus órganos llevaban tiempo avisando del mal estado en el que se encontraban pero Berlanga no escuchaba.

«No sé ni cómo fui capaz de coger un taxi en aquel momento, me estaba muriendo», explica Berlanga. Del bar a la UCI del Hospital Clínico de Málaga, donde pasó una larga temporada acompañado por su hermana. Los médicos advirtieron a la familia de la gravedad del asunto: Berlanga no iba a salir de esa cama porque su vida se agotaba. Pese al diagnóstico, pudo coger fuerzas y salir adelante. Su salud mejoró notablemente durante el tiempo que permaneció ingresado en el Clínico, pero no su fuerza de voluntad. José volvió a la calle y tuvo una recaída tras su salida del centro sanitario. Ahí empezó un desfile por los bares, perdió su vida y su dinero, se encontró solo y se dio por vencido. Cáritas conocía su historia y tras un segundo ingreso en el Carlos Haya, Sor Concepción le habló sobre la posibilidad de empezar una nueva vida en el Hogar Pozo Dulce.

Una de las líneas que sigue Cáritas en este centro, es promover el arraigo familiar, que muchas veces han perdido estas personas durante su hundimiento. Cuando su hermano mayor le visitó en el centro, tras finalizar el proceso de rehabilitación, no daba crédito. Su recuerdo era el de un alguien despreocupado por la higiene y la salud, bebido en la mayoría de las ocasiones y lo que vio fue a un hombre recuperado, centrado y limpio. Berlanga dice que por fin ha encontrado la paz que llevaba buscando toda su vida. Dice que ésta le vino una tarde, en el Café Central, una sensación que le «entró por los pies y le subió a la cabeza». Entonces, se sintió en equilibrio con el mundo.