lunes, 17 de septiembre de 2007

El Mundo, 18/09/07

'MADRID RUMBO AL SUR' VISITA UN CENTRO DE COOPERACIÓN EN MANHIÇA

Mozambique y la violencia de género: cuando casi todo está por hacer

Los expedicionarios en la entrada del centro de asistencia jurídica para la violencia doméstica de Manhiça. (Foto: Ana Bravo)
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Los expedicionarios en la entrada del centro de asistencia jurídica para la violencia doméstica de Manhiça. (Foto: Ana Bravo)

Actualizado lunes 17/09/2007 23:10 (CET)
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ANA BRAVO CUIÑAS

MANHIÇA (MOZAMBIQUE).- Una imagen cotidiana de la localidad de Manhiça bien podría ser la de cualquier pueblo de África. Sus gentes, los comercios y los vendedores ambulantes, los caminos sin asfaltar, los que esperan sentados en ninguna parte (y las que cargan un fardo en la cabeza y un niño en la espalda), el enjambre de niños que se acercan a pedirte que les hagas una fotografía para luego verse en los visores de las cámaras y dejar al visitante un souvenir tan codiciado, repetido e incansable como es una imagen... En África cada foto bien vale una noticia, aunque solo sea por el pedazo de alma que te regala cada uno de sus modelos.

Pero a pesar de este caos de colores y sensaciones como calidoscopios, Manhiça es un sitio tocado por la gracia de los proyectos de cooperación. Este pueblo del sur de Mozambique sufrió también las terribles inundaciones del Limpopo del año 2000. Pero está cerca de la 'rica' Sudáfrica y es sede del famoso 'Centro de Investigación en Salud' impulsado por la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI), la Fundació Clinic de Barcelona y el Gobierno de Mozambique y que dirige el español Pedro Alonso.

Quizá por estas sinergias, Manhiça disfruta de una red de iniciativas que atienden a mujeres y niños, los colectivos más perjudicados por la pobreza, las enfermedades como la malaria o el sida y la discriminación: escuelas, orfanatos y un centro que proporciona asistencia juridíca y psicológica a mujeres y niñas víctimas de abusos sexuales y de la violencia de género, una lacra asumida y tolerada por la sociedad mozambiqueña.

'Paciencia' para aguantar los golpes

"'Paciencia' es la palabra que muchas mujeres escuchan cuando deciden contar a sus familiares que sus maridos las maltratan", dice Marcelina, una psicóloga mozambiqueña que recibió en la modesta oficina del gabinete de asistencia jurídica para víctimas de la violencia doméstica al grupo de expedicionarios de 'Madrid Rumbo al Sur' que visitó en Manhiça las instalaciones.

Cartel de una campaña contra la violéncia de género. (Foto: Ana Bravo)
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Cartel de una campaña contra la violéncia de género. (Foto: Ana Bravo)

El objetivo de este centro, en el que trabajan 20 mujeres, es el de proporcionar ayuda psicólogica y jurídica a mujeres víctimas del maltrato doméstico y a niñas que han sufrido abusos sexuales por familiares, conocidos y hasta por sus padres.

Así, la tarea de estas mujeres consiste a menudo en acompañar a las víctimas a la policía para denunciar las agresiones, a pesar de la fragilidad legal que existe para estos delitos. "La ley contra la violencia de género -dice Marcelina- aún no ha sido firmada en la Asamblea".

Campañas de sensibilización en las escuelas

Las pocas e imprecisas estadísticas que pueden ofrecer estas mujeres no invitan al optimismo. Sobre todo si se piensa que todo esto es la punta de un iceberg asentado en una tradición de sumisión al hombre en todos los aspectos. "A este centro acude una media de 50 mujeres al día para pedir ayuda y creemos que en ocho de cada 10 familias hay violencia doméstica", asegura Marcelina.

Pero ellas saben también que si hay alguna forma de empezar a luchar contra este problema es actuar en las escuelas. "Realizamos campañas de sensibilización en las escuelas primarias", dicen. En niveles superiores de educación hay menos niñas, "porque para las familias, si alguien tiene que estudiar y formarse son los niños", añaden.

"Los matrimonios concertados son una práctica corriente", comenta Marcelina. "En algunas regiones del norte del país los casan cuando las niñas cumplen nueve años, aquí esperan un poco más, pero a los 13 ó 14 años tienen todas marido. Y a los 20 son ya madres de dos, tres y hasta cuatro hijos", añade.

Manu, el monitor que acompañó al grupo de chicos que visitó el centro miró al improvisado auditorio sonriendo. "Pues entonces aquí ya somos todas viejas para ellos", dijo Marta, una de las expedicionarias. Todos rieron con la ocurrencia. Ellas también. Es verdad que si hay algo que no le falta a Marcelina es paciencia. Pero paciencia hecha de tesón y optimismo. No la de tolerar los golpes de un hombre.