domingo, 5 de julio de 2009

Un proyecto para crecer como persona

Un proyecto para crecer como persona

Casi 80 personas, 18 mujeres y 60 hombres, conviven en la comunidad terapéutica de Algarrobo · Trabajo duro, disciplina y mucha comprensión son las claves para su recuperación

Cristina Fernández / Málaga | Actualizado 05.07.2009 - 01:00
 

Una de las pacientes de la casa en una parada de cajón.

 
 
Cuando se rebasan las puertas de la comunidad terapéutica que Proyecto Hombre tiene en Algarrobo se entra en un mundo paralelo lleno de normas, roles, reglas de convivencia y disciplina, donde hay que pedir permiso para sentarse, para levantarse de la mesa, para moverse por la casa o comunicarse con los demás. Pero cuando observas un rato descubres que, sobre todo, es un espacio lleno de humanidad y de verdad, repleto de historias, de caras y cruces, de superación personal.

Entre setenta y ochenta personas viven internas durante los siete u ocho meses que suele durar esta etapa del tratamiento. Todos han sido adictos, aunque no a las mismas sustancias. La cocaína y el revuelto con heroína suelen ganar por mayoría, pero también están los que intentan superar su dependencia al alcohol, al cannabis, al sexo o al juego. Hay chicos que pasan en poco la adolescencia y otros que rondan los 50 años. Licenciados universitarios, profesionales liberales, empresarios, trabajadores de todos los sectores, amas de casa y estudiantes han dejado sus vidas aparcadas -muchas ya estaban destrozadas- para volver a empezar de cero. Algunos han delinquido y pasado por la cárcel y otros no, algunos arrastran una enfermedad causada por su adicción y otros están sanos. Pero en la comunidad terapéutica no hay distinciones. Todos han de trabajar por igual para cambiar el fondo del problema que los llevó hasta allí.

A las 7:30 suena el despertador y comienza la vida en la casa excepto para los que han hecho turno de noche, dedicado principalmente, a labores de vigilancia. Los habitantes de la comunidad -hay 18 mujeres y sesenta hombres- se dividen en seis sectores de tareas: cocina, despensa, administración, lavandería y limpieza, jardines y mantenimiento. Todos los usuarios tienen roles. Ingresan como trabajadores y van ascendiendo en la estructura piramidal a responsables, supervisores y, por último, el coordinador. Los ancianos son los que llevan más tiempo en la casa, están fuera de responsabilidades y suelen ser la mano derecha del terapeuta. El 90% del día está dedicado al trabajo aunque cada paso tiene una componente terapéutica.

"Hay que pedir permiso para todo, al principio esta estructura te agobia, te encuentras solo y te cuesta mucho adaptarte", dice José Antonio Muñoz, que lleva cinco meses y medio en la comunidad y dos semanas como coordinador. Él da la orden de que se sienten a la mesa. Con los platos boca abajo, cuando ya todos están en su sitio, comienza el tiempo de comunicar. Cuatro mujeres alzan la voz para compartir sus sentimientos y demandar, de esta manera, la ayuda de los demás. Alguna comenta lo cansada física y psicológicamente que está y el miedo que le tiene a la ya cercana reinserción. Otra protesta de un orgullo demasiado fuerte para pedir apoyo. Y a José Antonio nada se escapa de su libreta.

En mitad de la comida varias le piden al coordinador permiso para hacer una parada de cajón. Se sientan en una mesa de cara a la pared y en un folio plasman sus emociones, sus reacciones y sentimientos ante algo que les ha afectado. Ésta es una de las herramientas principales de la casa junto a la confrontación. Esto significa que cualquiera puede pedir explicaciones a otro por alguna acción, trato u omisión hacia sus compañeros.

"La persona sólo se muestra como es en un estado de tensión, hay que entrar en crisis, en conflicto, así se crece, por eso decimos que éste es un espacio creado para que todo salga, como un gran taller para que la gente se muestre como es y así poder afrontar las situaciones cuando salgan a la calle", explica Juan José Soriano, director del Proyecto Hombre en Málaga. Javier García es el director de la comunidad y sabe que es imprescindible que aquellos que vienen del caos recuperen el orden. "Le tenemos que ofrecer un estilo de vida alternativo lo suficientemente satisfactorio para que no necesiten consumir drogas", comenta.

Miguel Ángel Orejón sabe que un conflicto que en la comunidad se resuelve dialogando "en la calle te puede llevar a una pelea". Por eso es importante que "nos eduquen para ser más fuertes". Miguel Ángel lleva ya siete meses y su rol es el de anciano. Fumaba revuelto con heroína y también consumía cocaína. Tenía un próspero negocio de coches que llegó a malvender para conseguir dinero. "He robado, estafado, cometido fraudes", reconoce con generosidad y fortaleza, pero no puede ocultar su "respeto" a la inminente reinserción. "Es la fase más delicada porque estás más cerca de la realidad", asegura. Pero Miguel Ángel no olvida la sensación de fracaso total que sintió la mañana en que comenzó a cambiar su vida y por ello y por la familia que le espera fuera afrontará con decisión el nuevo proceso.

Mientras, en la casa todos siguen con una obediencia sorprendente las reglas. Los dos noes fundamentales, como comenta el director, son no drogas y no violencia. El incumplimiento de éstos puede conllevar la expulsión. El resto son aspectos organizativos. La higiene es fundamental, todas la camas han de estar hechas del mismo modo y se cocina sin sal. Tras el almuerzo toman té o infusiones y el café tan sólo se bebe en el desayuno, pero pueden fumar.

No está permitida la siesta. No tienen televisión, ni pueden escuchar música, ni manejar dinero, ni llaves, ni tener teléfono móvil, ni relaciones sentimentales entre pacientes, ni sexo. Viven en un perpetuo encuentro con su propio interior, en el que asoman los miedos y también la valentía para plantarles cara.