domingo, 5 de abril de 2009

Familias frente a la crisis

Familias frente a la crisis

 

La caída de la economía ha promovido la recuperación de pautas de ahorro desaparecidas hace muchos años. Las clases medias han aprendido a marchas forzadas el arte de comparar precios y planificar el gasto. El miedo al futuro y la incertidumbre, claves en la nueva cultura de ahorro

LUCAS MARTÍN. MÁLAGA Los chinos mienten. O al menos, algunos de sus proverbios más populares. La crisis no supone una oportunidad para el cambio, sino una obligación, un imperativo, la necesidad de reinventarse. La economía ha dado un vuelco y las familias están condenadas a moverse. Desde la planificación a largo plazo hasta el gesto más cotidiano.
Lo dicen las organizaciones de consumidores. Los malagueños del siglo XXI cada día se parecen más a sus abuelos. No en mentalidad, pero sí en la administración del gasto. De la actitud cauta, pero despreocupada, se ha pasado a un control del consumo digno de petrificar al más conservador de los contables.
En casa de los Castillo, hacía años que no se usaba un cuaderno para los balances domésticos. Desde que estalló la crisis, la precaución ha tomado el mando. El ahorro, en su caso, no es una necesidad imperiosa, pero sí una apuesta por el futuro y la supervivencia. El padre trabaja en una empresa de la construcción, Alde. Por el momento, la crisis no le ha afectado. Pero como dice su mujer, en estos tiempos, nadie está a salvo. Al menos que se detente un puesto de funcionario.
Como el noventa por ciento de la sociedad malagueña, los Castillo han tenido que aprender a marchas forzadas. Hacer la compra sin reparar en las ofertas es la primera utopía del nuevo milenio. Antes, apenas distinguían entre supermercados. Ahora, no se le escapan las ventajas de cada uno de los centros comerciales.
La política familiar de contención del gasto comienza en lo elemental e irrenunciable. La comida no escasea, pero llega por distintos cauces. El mercado es uno de ellos, y su posología más aconsejable apunta a una visita por semana.
Los Castillo lo tienen claro. Los alimentos son más baratos y la tecnología, hasta que se demuestre lo contrario, permite conservarlos. Pero con eso, no basta. Hay que conocer muy bien la oferta para acabar el mes con superávit. Es, sin duda, otra de las novedades y emblemas de los nuevos tiempos: "Nos hemos acostumbrado a observar y compramos cada producto en el sitio en el que cuesta menos", puntualiza la madre.
Una de las claves de la buena administración es la apuesta por las marcas blancas. Los Castillo eran inconmovibles en artículos como el champú, pero han sabido adaptarse. Cualquier producto puede ser una oportunidad para corregir desajustes y mejorar los números familiares.
Si hay algo que define a la economía de subsistencia es su falta de concesiones con las debilidades. El ocio es lo primero que se reduce. Los datos lo avalan. Jesús Burgos, presidente de la UCE en Málaga, facilita las cifras. Si las ventas de comida y ropa han bajado un veinte por ciento, en productos como los electrodomésticos, la merma supera ya los sesenta puntos. No son tiempos para el televisor de plasma o renovar el sistema de aire acondicionado.
Una tasa que también se nota a pie de campo. La familia tenía pendientes varias reformas y renovaciones. Han decidido esperarse. Nadie toma riesgos moderadamente superfluos en épocas de vacas flacas ni se embauca en movimientos extraordinarios.
La restricción también alcanza al gasto más social e inmediato. Lo de no pisar un restaurante parece un cliché, pero no deja de ser cierto. Los Castillo no eran muy aficionados a cenar fuera de casa. Sobre todo, desde que nacieron los niños. Sin embargo, cuando salían, no perdonaban el almuerzo. Como mínimo, cuenta la madre, eran tres al mes. Cosas, como para tantos otros, que forman parte del pasado.
La nueva administración se glosa con ejemplos. La madre propone el del pasado fin de semana. En lugar de la playa y el pescaíto, tocó campo y comida ´take away´ elaborada previamente en casa. "Es que no es sólo el almuerzo. Si comes allí, luego está el café o la copa y el gasto es alto", dicen.
Lo mismo ocurre con las vacaciones. Las familias ya no están para locuras y grandes atrevimientos. El índice de desempleo y el cierre de empresas han supuesto un varapalo para los cruceros por el El Caribe o la semana en Praga. Los Castillo, por ejemplo, tenían previsto viajar próximamente a un parque temático, pero la situación les ha atemperado los ánimos. "Preferimos dejarlo para verano y aprovechar en casa los días de descanso", explican.
Para entender las fluctuaciones de la economía no hace falta doctorarse en Oxford. Hasta los niños pequeños son capaces de ver que las cosas ya no son como antes. Las pequeñas de la familia saben, desde hace unos meses, que los juguetes no se pueden renovar a diario. Serán, a buen seguro, niños que no repetirán los excesos del ´boom´ inmobiliario.
El deterioro de la economía ha supuesto una metamorfosis. Los caprichos, las veleidades a precio poco accesible, son capítulos reservados a las grandes ocasiones y los cumpleaños. Nada de mirar los escaparates. O mejor dicho, de entusiasmarse.
La familia Castillo tiene la lección aprendida. Su comportamiento en los supermercados también se traslada a los almacenes de ropa, a los populosos locales y a las ´boutiques´ más selectas. Lo de comprarse un bolso de lujo ha dejado de ser la tónica de los meses holgados. "En líneas generales, aguantamos con lo que compramos en rebajas", señala la madre.
En cierta medida, la crisis es una cuestión de mentalidad. No se trata de vivir como un eremita, sino de planificar y administrar con cautela, ejercicio al que actualmente se aplican la mayoría de las familias de Málaga. "Había supermercados a los que nos solíamos ir porque creíamos que la calidad de los productos era escasa. Hemos descubierto que también tienen ofertas buenas". Ése es el ejemplo matriz. Lo dicen las organizaciones de consumo, las parejas con hijos, los chinos más proverbiales.