Los Monteros resucitó ayer con su plantilla como superviviente
El primer cinco estrellas de Marbella acogerá a sus primeros clientes mañana, tras permanecer cerrado 14 meses a causa de un conflicto laboral que llevó a sus sociedades gestoras a la suspensión de pagos
PRINCESA SÁNCHEZ. MARBELLA Nadie más que ellos trabaja hoy con una sonrisa tan sincera. Los 90 empleados del hotel Los Monteros aguardan con impaciencia la llegada de su primer huésped desde ayer, después de permanecer encerrados 14 meses en la que fue su «oficina» durante años y el primer cinco estrellas de la historia de Marbella. Sin sueldo, tarea ni esperanza.
Llegarán mañana. Hay cuatro reservas hechas. «Yo no sé si darles dos besos cuando les vea», bromeaba ayer el director del emblemático alojamiento, Salvador Ríos. Desde luego, las atenciones que reciban estos clientes serán más de lujo que nunca, en honor a la categoría del lugar escogido.
La actividad ha sido frenética en las últimas semanas. En concreto, durante julio. A finales del mes anterior, el empresario de origen judío Judas Azuelos adquirió el inmueble por 25 millones de euros e hizo pública la fecha de su reapertura, planeada inicialmente para el primer día de agosto. «Se ha tardado más de lo previsto porque nos hemos metido en mucha faena», indicó Ríos.
El parqué del bar azul será nuevo en unos cuantos días, los obreros aún trabajan en él; las alfombras ya están cambiadas; las moquetas, limpias, y todo el edificio está pintado. En total, la inversión ha superado los 200.000 euros. Pero ha merecido la pena. Las 91 habitaciones de Los Monteros huelen a nuevo, pese a estar construidas desde 1964.
La plantilla es la misma, pero su energía también está visiblemente renovada. La veteranía de los empleados, algunos acumulan una relación laboral de más de 40 años, contrasta con la ilusión y el nerviosismo propios de una primera jornada de trabajo.
«Es una experiencia fantástica», describió a este diario el jefe de recepción y conserjería, José Sánchez. Sus subordinados prácticamente riñen por coger el teléfono. Todos ejercen de anfitriones en la que consideran su casa y participan en el renacimiento de un emblema del turismo español que se dio por muerto.
Conflicto laboral
El 20 de noviembre de 2008, el grupo ruso Northwest Oil cerró su operación de compra. Su responsable, Ernest Malyshev, desembarcó como el capitán que reconduciría la situación económica de Los Monteros hacia el mejor de los puertos. Pero, en pocos meses, se rebeló como el causante de su naufragio.
Por entonces, su anterior dueño debía hasta de callarse. El empresario libanés Mohamed Reda Bahige Alaywan dejó una deuda de dos meses de salario impagado a sus 180 trabajadores. Además de la hipoteca, las cuotas a Seguridad Social y Hacienda y las facturas a sus acreedores. Sumados, unos 57 millones de euros de acuerdo con los cálculos del presidente del comité de empresa, José García Osorio.
Malyshev llegó, vio y cerró. El 5 de junio de 2009 decidió dar portazo a una bancarrota segura para sus intereses. La plantilla, sin carta de despido en la mano, tomó el hotel y desde entonces lo mantiene a la vez que colapsa los tribunales a demandas. Llegaron a interponer más de 400.
Ayer, todo esto parecía mentira. «Se nos ha aparecido la virgen», clamó emocionado el encargado de la piscina, Juan José López. La visión «mariana» se produjo a principio de 2010, cuando les visitó Azuelos, también dueño del hotel Guadalmina. «Para mí ha sido más que una operación mercantil. Tengo particular afecto por la Costa del Sol y me daba mucha lástima que un hotel tan emblemático se quedara así, como estaba», declaró.
El milagro lo completó la titular del Juzgado de lo Mercantil número 2, Rocío Marina Coll, que autorizó la transmisión de las sociedades gestoras del hotel –Dajoal, Las Dunas Land y Aljoda–, que se mantienen en concurso de acreedores y a la espera de resolución.
Mientras la justicia actúa, Los Monteros funciona. Una buscará culpables y el otro, clientes. Ahora no importan sus nombres. Sólo el regreso de las maletas, que volverán a ocupar los armarios que un día almacenaron los zapatos de Sean Connery, Deborah Kerr y el mismísimo Michael Jackson.
