sábado, 17 de abril de 2010

Jubilados, una generación ni-ni por derecho

Jubilados, una generación ni-ni por derecho

A muchos de ellos les cuesta adaptarse al fin de la vida laboral. El cambio de costumbres requiere paciencia

 
El descanso merecido. Los jubilados entrevistados por este diario reparten su tiempo entre las amistades, el hogar y el dominó.
El descanso merecido. Los jubilados entrevistados por este diario reparten su tiempo entre las amistades, el hogar y el dominó. Arciniega
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LUCAS MARTÍN. MÁLAGA Nueve y media de la mañana. Hora de la actividad o del sueño. Despiertan las oficinas, suenan los claxones. Las calles están vacías de contemplación. Todo es tránsito, urgencia. Si te detienes, eres uno de ellos. Poco a poco ganan los bancos, los peldaños más generosos de las escaleras. En pequeños grupos o en solitario, como los poetas místicos. Los jubilados pertenecen a otra especie, probablemente más desarrollada y serena. El día siempre comienza con su presencia. No les pide nada porque ni estudian ni trabajan. Se han ganado el respeto y el derecho a la renuncia. Pero, ¿lo hacen? ¿a qué dedican su tiempo?
A los principantes se les reconoce enseguida. Caminan con las manos ocupadas, como árboles de ramas en huelga. No les falla el humor. Dicen que son ´brokers´, que se dedican a la bolsa. "De plástico, claro, yendo y viniendo al mercado". Los recados se atenúan con los años. En los bancos residen los profesionales. Para encontrarlos hay que rastrear por los portales. Allí sus mujeres enuncian la proximidad. Les tildan de cabezones, de rebeldes, por no someterse a los dicterios de la clínica. Un jubilado tiene su leviatán en un medicamento.
La veteranía es un grado. Atribuye nuevas virtudes a la especie. Con la edad, se supera a los gatos en la búsqueda de los rincones. Detrás de la mejor sombra siempre están ellos. Alegres o melancólicos, locuaces o sentenciosos, páginas de un libro abierto. Dicen que un jubilado es un tesoro. El tópico, por una vez, resulta cierto. El día del aniversario de la República, mientras decenas de jóvenes atendían a documentales y reportajes, Diego García explicaba la experiencia de primera mano. Gratuitamente, en un banco, y con la perspectiva del tiempo.
Adaptarse a la condición no es fácil. La rutina se despedaza abruptamente. Se desarrolla un síndrome incomprensible, la nostalgia del trabajo. Las mujeres se desesperan por solidaridad y falta de costumbre. "La mía me veía por el pasillo y me decía que me fuera a dar un paseo", cuenta Manuel Jiménez.
José Antonio Gallardo, profesor del departamento de Psicología Evolutiva de la Universidad de Málaga, indica que la ruptura laboral supone también la pérdida de contacto con los compañeros. Se añade el riesgo de la soledad, de la familia como único sistema. Quizá eso explica la complicidad inmediata, la facilidad de palabra, elementos caros a la juventud y a la soberbia. Juan Casares dice que ha pasado de topógrafo a acerero. "De una acera a otra, así todo el día". Su cónclave son los parques, las plazas, los bajos de los árboles, el hogar del jubilado. Se reúnen y hablan. De fútbol y política, principalmente. A Jiménez le gusta el dominó, Antonio Torres se ha echado a fumar, "a su edad, quién lo diría", Juan Cebrián, muestra sus manos, magulladas en la recogida de espárragos. Sobre su voz en la sociedad existen discrepancias. "No nos podemos comparar con los de ahora, la juventud sabe latín". "Más sabe el diablo por viejo...", replica Antonio Moreno.
Jubilación viene de júbilo, alegría. Pero necesita su periodo de maduración. La añoranza a la que se refieren los patrones del parque aparece consignada en los manuales de psicología. Es una fase que se supera en los parques, en la amistad del que se reconoce recadero. La escala evolutiva del jubilado sanciona un primer escalafón de desconcierto. Después, la situación se acepta y, en muchos casos, se enriquece con charlas, con actividades comunes.
Los especialistas prevén cambios en las próximas generaciones. La sociedad despierta a las primeras camadas de jubilados en los que el fenómeno se da por duplicado, sin distinciones entre mujer y hombre.
La velocidad de las últimas décadas multiplica el valor del testimonio de los de ahora. Son sabios que han conocido dos planetas, tres regímenes políticos, varios sistemas de moneda, superhombres que juegan al dominó, que usan el bastón, que compran los tomates a mitad de precio. El tiempo libre, el salto hacia otra especie.


De la depresión a las nuevas rutinas, las fases de la etapa reina

El primer contacto suele estar regido por el desencanto. La realidad no se ajusta a los planteamientos iniciales

 

L. MARTÍN. MÁLAGA Desencanto, cambio de rutina, síndrome del tiempo libre. La jubilación tiene muchas variantes y no siempre está relacionada con los carritos de la compra y la elegancia del bastón. Los accidentes laborales y las enfermedades adelantan los plazos, pero existen otras diferencias. José Antonio Gallardo, profesor de la Universidad de Málaga, advierte de la diversidad de energía y capacidad física en miembros de la misma generación. Jubilarse también es un estado de ánimo.

1. Oportunidad
El especialista asegura que la etapa a veces es sinónimo de alegría. Se interpreta como la posibilidad de disponer del tiempo, de romper con la tiranía de los relojes. Una oportunidad para realizar actividades atractivas. Viajes, manualidades, gimnasio. Aunque también un arma de doble filo. 

2. Pérdida de rol
La cara opuesta, razona Gallardo, está plagada de contraindicaciones. Se pierde el rol del trabajador y merma la vida social. El primer reto es adaptarse al recorte de los recursos económicos. Un desafío del que la mayoría sale airosa. "En esa etapa de la vida ya tienen comprado el piso, el coche y sólo tienen que afrontar gastos básicos municipales, alimenticios, médicos". El riesgo es de otra índole. 

3. Dependencia 
El experto tiene constancia de casos en los que se ha detectado un desajuste de la personalidad. Los cuadros más extremos están relacionados con la depresión. La pérdida del trabajo equivale a la desaparición de gran parte de las relaciones sociales. Aumenta la dependencia de la familia, lo que comporta mayores dosis de soledad, que, en ocasiones, se ven alimentadas por episodios de mala salud. Normalmente, el síndrome desaparece después de un periodo. El hombre es un animal de costumbres, pero también existe Darwin. La solución es adaptarse.

4. Frustración 
Los males de la jubilación no se supeditan en exclusiva al ambiente de trabajo. Gallardo asevera que la etapa tiene un gran componente de frustración. El trabajador observa que la realidad no se corresponde con lo que pensaba. El nuevo periodo no es una condena, pero tampoco una fiesta continua de viajes en crucero y paraísos postergados durante cuarenta años. 

5. Preparación
Gallardo, profesor de Psicología Evolutiva, da las claves para evitar el trauma. Los sano es ejecutar las diferentes fases. La prejubilación, por ejemplo, debe ir encaminada a preparar psicológicamente al trabajador para que acepte que tendrá que abandonar su puesto, que no le pertenece, que hay que dejar el sitio para una persona más joven. En la jubilación, distingue varios periodos. El primero, el más gozoso, en el que se intenta hacer lo que estaba vetado por el compromiso de trabajo. Luego, resalta, aparece otra etapa de rutina, con actividades repetitivas, precedidas por un tiempo de reorientación, en el que se buscan nuevas ocupaciones adaptadas a las características físicas y psicológicas. La más avanzada es el descanso generalizado. 

6. Asunción
La diversidad también marca la manera de encarar la nueva etapa. El profesor ha estudiado algunas de las pautas más comunes. Lo más frecuente es que el trabajador se desvincule paulatinamente del entorno laboral, alejándose de las relaciones sociales. En un principio, intenta vivir en solitario con su pareja y luego se relaciona con personas con las que se identifica. También están los casos en los que se busca la compensación de otras actividades, en general, de calado altruista, que ocupan las mismas horas.