sábado, 26 de septiembre de 2009

Cuidadoras de matrícula

Cuidadoras de matrícula

Casi nueve mil personas han sido dadas de alta en la Seguridad Social por atender a familiares muy enfermos. La mayoría se vuelca en ellos hasta la extenuación. Su trabajo no tiene precio

27.09.09 -
 
Isabel Ortiz Rojas, 54 años y jubilada desde hace diez a raíz de una angina de pecho, se levanta todos los días a las siete y media de la mañana. A esa misma hora suele bajar Conchi, una vecina a la que considera más que una hermana. Espabilan a la madre de Isabel y entre las dos la incorporan y la dejan un ratito sentada en la cama. Y de la cama a la silla de ruedas, y de la silla de ruedas al baño. Y luego le ponen los pañales, la visten, le secan el pelo y le dan el desayuno.
La madre de Isabel Ortiz se llama Soledad Rojas. Tiene 78 años y hace nueve o diez empezó a preguntar por el monedero, o por las llaves. Preguntaba por ellos aunque los tuviera delante. Isabel era un poco despistada, pero su madre siempre había tenido una memoria prodigiosa. Por eso a su hija, eso de que preguntara por algo que tenía delante la empezó a inquietar.
Tras las primeras pruebas, le comunicaron que su madre tenía alzhéimer y ella no lo aceptó. Aceptarlo le costó años de terapia. Todos los martes, en la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzhéimer, a cuya sala de manualidades no se quería asomar. Allí había otros enfermos y ella no quería ver, porque era como mirar al futuro de su madre.
 
Momentos de rebelión
La terapia de los martes sigue siendo una cita fija en su agenda. Allí se desahoga, escucha otras historias, aprende, se da cuenta de que no está sola y acepta, aunque hay veces que no puede evitar rebelarse: «¿Por qué a ella? Con todo lo malo que hay en el mundo y le ha tenido que tocar a ella. A ella, que siempre ha ayudado, que ha protegido a sus hermanos, que se ha quitado la comida de la boca; que ha estado ahí. Me da coraje». Eso dice cuando no puede evitar rebelarse.
Isabel Ortiz, a la que años después de escuchar el diagnóstico de alzhéimer se le paralizó el intestino por toda la tensión y todos los nervios agarrados al estómago, es una de las 9.000 personas de la provincia a la que la Junta de Andalucía ha dado de alta en la Seguridad Social como cuidadora de un familiar con dependencia severa, a raíz de la entrada en vigor de la Ley de Dependencia. El 83% son mujeres.
 
Nómina y jornada
Ella percibe 385 euros al mes; tiene una jornada continua de 24 horas en la que se pueden suceder varios días sin dormir; quiere saber todo lo que le ocurre a su madre y porqué. Ha aprendido a hacer los giros sujetándola, sin hacerse ni hacerle daño; a echar agua oxigenada en el vómito de Soledad para saber si el color marrón es bilis o es sangre. Cuando va a merendar, va con ella, cuando va a la feria, va con ella, cuando queda con el grupo de terapia para comer, la lleva a ella. Muchas veces se olvida de tomarse la pastilla para sus dolencias, pero jamás olvida la medicación de su madre, que está mejor nutrida que Isabel, porque come caldo en blanco, purés de verdura, papillas de fruta, zumos, gazpacho, yogures líquidos y bebidas isotónicas: «Eso se nota en su piel, que está mejor que la mía», dice. También son mejores sus análisis.
«El trabajo de los cuidadores no está pagado», dice la delegada de Asuntos Sociales, Amparo Bilbao. «Lo que ha hecho la Ley de Dependencia es reconocer un trabajo que se venía haciendo en silencio y que no se veía», añade. Acaba de cerrar septiembre, y asegura que la Junta de Andalucía ha destinado en este mes 7'3 millones de euros al pago de las nóminas de las cuidadoras de familiares dadas de alta en la Seguridad Social.
 
No la reconoce
Desde hace tres años Soledad no reconoce a Isabel. A veces cree que su hija es su madre; a veces cree que su hija es su hermana. Otras veces la mira y sonríe, como si la viera por primera vez. Isabel tampoco reconoce a su progenitora: «Mi madre es otra. No es ella. Le ha cambiado la carita. Pero los ojos no, los ojos tienen vida». Antes de la enfermedad, Soledad jamás pronunció una palabra malsonante, pero ahora no repara en nada. «A veces parece un camionero», dice y se ríe. Se ríe mucho con su madre, porque se mete en medio de las conversaciones y habla de sus cosas. Dice que lo hace como si hubiera vuelto a la edad en la que tenía ocho años y estuviera rodeada por sus primos, tíos y hermanos. «Habla con ellos como si los tuviera al lado. A veces extiende la mano al aire y dice: 'dame'; y luego la cierra, pero enfrente no hay nadie».
Al principio también se enfadaba: «No soportaba que me acusara de esconderle las cosas, pero es que entonces yo no aceptaba lo que le estaba pasando». Con los años se descubrió contestando a la misma pregunta cincuenta veces sin perder la calma. Es una de las cosas que ha descubierto; que tiene una paciencia infinita. También que no está sola. Ahí está Conchi, su vecina, que es como su hermana, y su amiga Maribel. «Ellas me han sacado adelante», asegura. Y tiene a Laura, Esperanza, Almudena, todas trabajadoras del Centro de Enfermos de Alzhéimer y todas dispuestas a hacerle saber que ella importa mucho.