sábado, 12 de septiembre de 2009

Mis vecinos son inmigrantes

Viven en la puerta de al lado, tienen sus propios negocios y se han convertido en parte del barrio. La convivencia entre españoles y extranjeros provoca roces en algunos distritos, pero también empieza a dar sus frutos
13.09.09 -
 
Mis vecinos son inmigrantes
Catalina Carrasco y Faith Osas comparten comercio en la misma calle y aseguran que la convivencia es buena. / A. LOBERA
Manuel Manchado y Faith Osas son peluqueros. Tienen sus negocios a una distancia de apenas diez metros, en la calle Antonio Luis Carrión, en la zona de La Unión. El primero es español y lleva veinte años arreglando el pelo a los caballeros de la zona. La suya es una de las pocas barberías tradicionales que quedan en la capital. Faith es nigeriana. Ya lleva ocho años en Málaga y ha implantado las técnicas del peinado africano en el barrio. A pesar de compartir profesión, nunca han hablado.
Sólo una carretera separa ambos comercios en la misma vía. Sin embargo, la diferencia que hay entre sus culturas y costumbres es mucho mayor que la física. «Yo en mi comercio y ellos en el suyo; no tengo nada en contra de ellos, pero tampoco tenemos ninguna relación», indica Manchado. El de estos dos profesionales es un ejemplo de la situación a veces difícil que existe entre los comerciantes y vecinos autóctonos con los inmigrantes en algunos barrios de la capital donde la presencia de extranjeros ha aumentado exponencialmente en los últimos años.
 
Torre de Babel
Cuatro distritos malagueños agrupan a cerca del 80% de la población extranjera de la capital, según datos del Padrón Municipal. Lagunillas y Cruz Verde, en el Centro; La Unión, en Cruz del Humilladero; Trinidad y Bailén, en Bailén-Miraflores; y Dos Hermanas, Avenida de Europa y San Andrés, en Carretera de Cádiz son las barriadas que concentran un mayor número de inmigrantes.
En el pasaje Dracma, también en La Unión, los desencuentros entre españoles y nigerianos son constantes. «Hacen mucho ruido, están hasta las tres de la mañana de cualquier día de diario armando jaleo en la calle y tenemos que llamar a la policía todas las noches», explica una vecina indignada. «No se trata de adaptarse o no, sino de respetar las costumbres de aquí», continúa.
El problema del ruido que genera la comunidad subsahariana es el más repetido entre los españoles. «Los vecinos tiran agua y basura desde los balcones y más de una vez se han producido enfrentamientos, aunque nunca graves», indica Patricia Josima. Esta joven angoleña trabaja en un restaurante especializado en comida africana. En el pasaje, salvo una farmacia y una frutería regentada por españolas, el resto de locales son nigerianos: un locutorio, un supermercado con productos típicos y una peluquería, además del bar African Kitchen.
Para limar asperezas entre extranjeros y españoles, el Área de Participación Ciudadana e Inmigración creó hace un año la primera mesa de convivencia, que se reúne periódicamente para debatir los problemas surgidos en Cruz del Humilladero. Se trata de uno de los dos únicos proyectos que España llevó como ejemplo a la Alianza de Civilizaciones. «Hicimos un estudio sobre la convivencia en el barrio y nos dimos cuenta de que la mayoría de los problemas surgían por el desconocimiento», explica Julio Andrade, concejal del Área. «Las señoras mayores nos decían que no pasaban por determinadas calles del barrio porque estaban llenas de 'negros', pero luego no se había producido ningún conflicto que fundase ese temor», continúa. En la mesa de convivencia, españoles y extranjeros comenzaron a conocerse mejor. «Descubrimos que los nigerianos viven mucho la calle, hablan muy alto y gesticulan todo el tiempo, y eso chocaba a los españoles porque les parecía que se peleaban entre ellos», agrega el edil.
No es casualidad que en Cruz del Humilladero los roces en la convivencia surjan sobre todo con los nigerianos. A la hora de instalarse en Málaga, parece que cada nacionalidad tiene sus preferencias. Los subsaharianos se concentran en la zona de la calle La Unión y Eugenio Gross; Huelin acoge a los inmigrantes de Europa del Este, los marroquíes prefieren el Centro y los latinoamericanos, El Palo. Los asiáticos viven cerca de su negocio y no tienen zona fija.
«Al final, el boca a boca hace que se creen núcleos por nacionalidades, por eso debemos promover acciones como la de la mesa de convivencia, que favorezcan la comunicación con el resto de los vecinos para evitar que se creen guetos», señala Andrade. La mesa, explica, surgió en Cruz del Humilladero y ahora se ampliará a Bailén-Miraflores porque son las zonas con mayor presencia de subsaharianos y la convivencia con estas nacionalidades es la que provoca más recelos entre los españoles.
 
Integración y participación
Para Julio Andrade, hay tres pasos en el fenómeno de la inmigración y el primero es la integración. «Se trata de que los inmigrantes se adapten en el menor tiempo posible al nuevo lugar donde viven, y eso requiere sobre todo aprender la lengua; pero los españoles también deben adaptarse a la nueva realidad». El segundo paso es la convivencia, y es ahí donde surgen más problemas. «Por eso, desde el Área trabajamos desde la prevención, actuando sobre los roces antes de que se generen conflictos», asegura.
Por último, llega la participación. El Área promueve la creación de asociaciones por parte de los inmigrantes y este año se han destinado 112.000 euros para subvencionar a 46 colectivos, una quincena más que el año pasado. Pero lo más destacado es que los inmigrantes también están empezando a participar en colectivos de los barrios. «Forman parte de las Ampas y de las asociaciones de vecinos», señala. Lo mismo indica Kokou Yolouma, mediador intercultural de la ONG Accem, que coordina la mesa de convivencia. «Hay que decirle al inmigrante que no tenga miedo a participar y a unirse a los colectivos malagueños para colaborar en la mejora de la nueva tierra donde viven», subraya.
Pese a las suspicacias iniciales, el panorama está cambiando poco a poco. En la calle Antonio Luis Carrión, Catalina Carrasco regenta una tienda de comestibles. «Al principio llegaban y no estaban acostumbrados a esperar la vez, pero ya saben cómo son las cosas aquí y se han vuelto más respetuosos», dice. En el pasaje Dracma, la farmacéutica asegura que están adoptando los hábitos de los malagueños. «Ahora tienen más en cuenta que no pueden ser tan ruidosos. Además, a nosotros nos robaron y los comerciantes inmigrantes fueron los únicos que nos prestaron su ayuda», indica. El dueño del African Supermarket, del mismo pasaje, explica que intentan adaptarse, pero que el ruido es normal porque los críos juegan en la calle. Mientras, la frutera de la zona ya incluye entre sus productos okra, yuca y 'fresh pepper', típicos de la cocina subsahariana. «El mejor ejemplo de convivencia es que ya hay muchos matrimonios mixtos», dice Virginia Guisado, vecina de la zona.
La relación con los latinoamericanos es bastante más fluida debido al idioma común y culturas hermanas. «Los vecinos son muy abiertos», señala Washington Correa, presidente de la Asociación de Uruguayos y profesor de kandombe (percusión con tambores).
Aunque la crisis también afecta y muchos ven en el inmigrante al culpable. «Esto es una crisis a nivel mundial, no tenemos culpa de ella y el malagueño tiene que entender que no queremos volver a nuestros países porque allí es aún peor», dice Correa. «Nosotros notamos esa desconfianza avivada por la crisis, te miran como si les quitases el trabajo, pero no hay enfrentamientos», indica Carmen Brown, de la asociación de colombianos. Con crisis o sin ella, la diversidad se ha instalado en los barrios malagueños para quedarse.